¿El cierre de una era?

El retiro de Benedicto XVI fue un momento histórico. Una ruptura de una larga tradición en la que el heredero de Pedro permanencía al frente de iglesia católica hasta su fallecimiento.



Este cambio ocurre en una institución en que la tradición es una piedra fundamental que ayudó a mantener la fe durante siglos. Igual de significativo es el hecho que haya sido Joseph Ratzinger, quien haya decidido concluir de esta manera su papado.

La elección de Ratzinger como sucesor de Juan Pablo II fue una prolongación de la tendencia conservadora que el Papa polaco estableció durante su 27 años de reinado. El teólogo alemán desde la Congregación para la Doctrina de la Fe fue el socio perfecto para lograr el giro conservador alejándose de las interpretaciones más liberales del Concilio Vaticano II que acercó la iglesia a sus fieles.

En este año se celebran precisamente los 50 años de este concilio. Esta es una oportunidad para cerrar un era de 35 años durante el cual el mundo ha cambiado drásticamente. Esta es una oportunidad para una renovación.

La reciente decisión de la Con ferencia de Obispos de Alemania de permitir el uso de alguna píldora "para la mañana siguiente", para tratar la víctimas de violación en los hospitales católicos, es una ruptura con la posición tradicional, aunque tenga sus recovecos.

La renuncia de Benedicto XVI deja una incertidumbre, que en este caso es esperanzadora. Es un momento que permite soñar para que la Iglesia haga la elección de un Papa que sea una señal de cambios, de una visión más progresista, que respete la tradición pero que no esté maniatado a ella.

Una designación audaz no cambiará los desafíos de una iglesia que pierde feligreses, como la salida de Ratzinger tampoco borrará el papel del Vaticano de proteger a los religiosos pedófilos. Empero le dará la credibilidad de quien desde la humildad busca enmendar errores y abrir caminos para una iglesia moderna compometida con sus feligreses.

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